Tacha

Nace en Elche (Alicante), donde comienza sus estudios en danza clásica y danza española en la escuela de su madre, Pilar Sánchez. Con 18 años se traslada a Madrid donde comienza su trayectoria profesional bailando con diferentes compañías: Compañía de Carmen Cortés, Manolete, Antonio Canales, El Güito, entre otras.

Durante esa época compagina su trabajo bailando en los tablaos más importantes de Madrid (Corral de la Morería, Venta del Gato, Alcazaba, Al Andalus, Café de Chinitas, etc.) y México (Gitanerías, Triana).

Desde el año 2000 dirige su propio tablao, uno de los más prestigiosos de Madrid, Las Carboneras, donde actualmente baila cada noche.

Es miembro fundador de la compañía Arrieritos con la que ha trabajado en muchas de sus producciones, incluida “13 rosas”, ganadora de los premios Max 2007 al mejor espectácuo y la mejor coreografía. La compañía Arrieritos fue creada en 1996 y desde entonces ha estrenado los espectáculos: “Arrieritos somos” (1996), “Ande yo caliente”’, ‘Todos los gatos son pardos”, “Diario de un abrigo”, “Tablaos, fiestas y saraos”, “Despacio y solitos”, “Entablao” y “Oh solo mío”. La compañía ha conseguido consolidar una línea de trabajo basada en el mestizaje de diferentes estilos tanto musicales como coreográficos entre el mundo del flamenco y el de la danza escénica contemporánea.

También ha desarrollado su labor docente en países como Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Israel, Brasil, así como en diversas escuelas de España. En 2017 impartió un cursillo de flamenco y participó en el tablao de Albuquerque (Nuevo México).

 

Tacha: “En un tablao es todo como más animal”

La codirectora artística y cofundadora del Tablao Las Carboneras, además de bailaora, nos habla de su trayectoria de 28 años en el flamenco, desde “El Güito”, Antonio Canales a Arrieritos; del sueño cumplido que supuso para ella tener un tablao, y de su visión del flamenco actual, que según nos cuenta está entre la vanguardia y lo antiguo.

—El tablao Las Carboneras es la culminación de toda tu trayectoria, es la consecuencia de todo lo que tú querías hacer en el flamenco cuando tenías 18 años?

—Bueno, no lo tenía pensado así como que yo quería tener un tablao, pero es verdad que con el tiempo y cuando empecé a bailar flamenco profesionalmente y me empecé a enterar bien de qué iba a esto el tablao era lo que más me gustaba como forma de expresión. Me encanta bailar con compañías, en teatros y espectáculos, pero el tablao es lo que más me llena a mí. Sí tenía un sueño de tener un tablao.

—Todo se fue dando para llegar a esa conclusión al final que fue el tener un tablao.

—Y fue un sueño que un día soñé y que de repente se dio. Fue una suerte: encontrarme con Manuela [Vega] y con Ana [Romero]. El marido de Manuela [Ernesto Díaz] ya había puesto un restaurante [Las Mañanitas] y la parte hostelera él la conocía muy bien. Cuando vieron este local, ella se dio cuenta de que esto era un tablao: “Ernesto esto es un tablao”. Ella ya llevaba un tiempo en el que había sido mamá y estaba un poco desconectada, pero nosotras habíamos sido compañeras mucho tiempo en otros tablaos y nos conocíamos y sabíamos la forma de trabajar las unas de las otras. Entonces ella nos propuso a Ana y a mí (y a más gente) ser socias del tablao.

—Se os podía haber ocurrido crear una compañía de flamenco, pero se os ocurrió esto otro, que es algo distinto.

—Claro porque nuestro enfoque de baile siempre ha ido más hacia el tablao que hacia el teatro en nuestra forma de ver el flamenco, o de sentirlo, digamos.

—¿Porque prima más la improvisación?

—Sí, porque cuando estás en un tablao todo es improvisado y se crea una energía que no se crea en un escenario cuando está todo montado. La improvisación te hace más libre y por eso es un baile más terapéutico. La verdad es que la sensación que tienes al trabajar así, que no sabes lo que va a pasar, entre vértigo y libertad, es una sensación que no te la da un teatro. En un teatro tienes que ir con un espectáculo montado, la música ensayada, los cortes…, aquí entras y aquí sales… En un tablao es todo como muy tradicional de toda la vida, respetando siempre los cánones y los códigos y todo lo que envuelve al flamenco, pero desde un sitio más animal. Es como ir a ver una jam session, ahí juega el cante, la guitarra, el baile. Es como un juego, la verdad.

—Además, vais variando mucho el grupo de artistas que participan en ese juego.

—Claro, en el tablao cada quince días cambiamos de elenco y la gente está siempre muy viva, muy activa, muy receptiva. Porque, claro, nosotras somos las que estamos siempre ahí, aunque entramos y salimos, pero para los que vienen de fuera siempre hay unos días de adaptación del guitarrista con el otro guitarrista; está Ángel Gabarre, que está siempre fijo, que es uno de los mejores cantaores para baile que hay en Madrid, y todos los cantaores quieren trabajar con él porque aprenden mucho. Así que se crea… en el tablao nuestro la gente profesional va por gusto, porque le gusta mucho trabajar ahí, porque nuestra forma de llevar el cuadro y trabajar les incita, les provoca y les mueve, les gusta mucho, disfrutan un montón.

—¿Te gustaría mencionar a gente que te ha marcado en tu época de bailar en compañías y tablaos?

—Sí, claro, he coincidido con muchísima gente. Pero lo que más me marcó fue estar con Antonio Canales, con todos los músicos que llevaba, con “El Viejín”, con Ramón Jiménez, que aprendí muchísimo de ellos, pero también he estado con “El Güito”, aunque con él fue como esporádico. Con Antonio estuve cinco años. Luego aparte con mis compañeros montamos una compañía, Arrieritos, que todavía existe, lo que pasa es que yo ya no estoy en las producciones nuevas, pero ahí también fue también una labor muy bonita la que hicimos porque estuvimos investigando con el flamenco y el contemporáneo; yo no lo llamaría fusión porque yo seguí bailando flamenco, en Arrieritos no bailaba nada más que flamenco, pero digamos que el concepto del espectáculo era más contemporáneo y supuso también un cambio para toda la gente flamenca y su forma de montar espectáculos: Arrieritos fue pionero en ese campo.

—Y después de haber visto estos dos aspectos del flamenco, ¿qué sensación tienes tú de por dónde va el flamenco hoy en día, tanto de tablao como de teatro?

—¿Ahora? Bueno, ahora hay tanto… Hay dos extremos ahora mismo, es lo que yo veo. Está en el extremo Israel Galván, que es como lo más…, hay mucha gente que no lo considera flamenco, como los puristas. Que yo sí que lo veo flamenco, lo que pasa es que él está como en la estratosfera, él es como que baila flamenco en 3D, es de otra galaxia. Pero para mí usa el flamenco y sabe muy bien cómo usarlo, la verdad. Está ese extremo… O Rocío Molina, que también es una investigadora. Y luego el flamenco está, entre el resto de los mortales, porque esos son inmortales, jaja, entre los demás hay mucha gente, que baila muy bien, que está volviendo a lo más antiguo. Es como la moda, que ahora se lleva lo de los ochenta, los setenta, los sesenta, que va cíclica. Pues en el flamenco está pasando un poco lo mismo, se está volviendo mucho a buscar en lo antiguo, en la forma de bailar antiguamente, claro que con la evolución que ha tenido aparte el baile, la guitarra y el cante. A la gente joven hoy en día yo la veo enfocándose a la forma más antigua de baile.

—Otro de los logros que habéis tenido con el tablao es la creación de un concurso de baile, que es donde se ve lo que se está cociendo ahora.

—Ahí está. Es que la mayoría de concursos que hay en el flamenco, aunque no todos, tú llegas con tu baile preparado. Realmente, este concurso está pensado para tablao, tú a un tablao llegas y no ensayas con nadie, tú subes y bailas y ahí cada uno sabe su profesión. En ese aspecto está enfocado el concurso, que la gente venga sin ensayar, que baile con los músicos que nosotros les ponemos, y así están todos en igualdad de condiciones y tienen que saber bailar todos los palos: nosotros les pedimos que nos digan mínimo tres palos para que no coincidan y se pueda armar un espectáculo; al mismo tiempo que hacemos un concurso, estamos viendo un espectáculo, la gente viene a verlo y no puede haber cuatro alegrías o soleás. El concurso está teniendo una repercusión muy chula porque también ha pillado en un momento de crisis y para nosotros es un esfuerzo, pero por otro lado, vemos que la gente no tiene ninguna meta, no tiene ilusión porque no hay trabajo y esto, quieras que no, les motiva para ponerse una meta o para al menos disfrutar un día de trabajar con unos pedazos de músicos y se crea un ambiente chulísimo, todos los compañeros van, todo el mundo apoya a todo el mundo, un día para disfutar de los músicos que tienen detrás para que ellos se expresen lo mejor posible.

—Pues gracias.

—De nada, jaja.

 

Tacha, bailaora y cofundadora de Las Carboneras

«Mantenemos la tradición que había en Madrid de cantar los jaleos»

«Sobre quién destacaría yo sobre mi formación artística, he tenido muchísimos maestros de flamenco maravillosos con los que he aprendido muchas cosas, pero yo, en esta ocasión, me gustaría destacar a mi madre, Pilar Sánchez, que fue la que me enseño la danza clásica y la escuela bolera. Me enseñó una base clásica muy fuerte que luego me ha servido en mi profesión para muchas cosas que he hecho de flamenco y con mi compañía, Arrieritos, en la que hicimos un encuentro de diferentes lenguajes dentro de la danza. También me enseñó la disciplina, a amar la danza y a estar en un escenario desde pequeñita. Fue un aprendizaje muy bonito y todos los años pisábamos escenarios desde bien pequeña. Entonces, destacaría a mi madre porque siempre es verdad que la disciplina te la inculcan desde pequeño y el amor por la danza y el respeto hacia los maestros.

»Yo estuve dos años intermitentes en México y, cuando volví sobre el año 92, lo primero que hice más importante fue en la Sala Caracol con Belén Maya tocando las palmas y bailando. Ahí me vieron bailar y, a los dos o tres días, un día estaba en casa y me dice mi novio: “Te llama por teléfono Antonio Canales”. Yo estaba lavando ropa a mano porque no tenía lavadora, estaba lavando mi ropa de baile en la bañera, ahí raca, raca. Yo pensaba que era una broma y él me insistió para que me pusiera. Me puse al teléfono y me quedé muerta, en esa época no había móviles ni había de nada. Y me dijo si quería entrar en la compañía, que a la semana siguiente nos íbamos a Canadá. Y en una semana me tuve que aprender todo el repertorio que llevaba. Casi me muero. Claro, en esa época Antonio Canales estaba en pleno auge y para mí fue, vamos, maravilloso. Es una anécdota que tengo muy grabada, pero sobre todo el hecho de estar lavando ropa en la bañera y no creérmelo.

»Para mí bailar en un tablao es, primero, terapéutico. Segundo, entras en un estado de meditación tal, por el nivel de improvisación que hay y la concentración que tienes que tener, así como la comunicación entre los compañeros y el trabajo en equipo, que es maravilloso. Es como estar meditando y, a la vez, me siento libre y hay incertidumbre, son muchas sensaciones a la vez. La incertidumbre de no saber qué va a pasar, la maravilla de las energías, cómo fluyen, unos días muy bien y otros días fluyen muy mal, pero es la incertidumbre que te causa. Luego, la libertad. Sobre todo, eso, que para mí es muy terapéutico y enriquecedor.

»Las Carboneras. Es uno de los tablaos más importantes de Madrid, yo lo colocaría entre los tres primeros más importantes de Madrid, donde los artistas se sienten muy cómodos y donde hemos creado una forma muy personal de desestructurar los bailes. Hemos creado como una escuela, a nivel artístico. Luego, muchos tablaos se han acoplado a nosotros, por ejemplo al principio en cuanto a horarios. Ahora nosotros nos hemos acoplado a ellos porque hacen los pases todavía más temprano, los tiempos cambian. Pero nuestro tablao fue como una revolución. Y es uno de los tablaos en los que mantenemos la tradición que había en Madrid de cantar los jaleos, aunque ahora los hacemos más modernos y musicalizados, antes se cantaban sin guitarra. Es una tradición de los tablaos de Madrid y somos el único que lo mantenemos. Y creo que para los artistas es muy importante venir a Las Carboneras, a parte de lo bien que se sienten».