Lucía Ruibal

Comienza estudios de danza clásica a los cuatro años en una escuela de su ciudad natal, El Puerto de Santa María (Cádiz). Más tarde se incorpora al conservatorio profesional de danza de Cádiz donde culmina sus estudios de grado medio en danza clásica y contemporánea. A los 17 años comienza a estudiar flamenco de la mano de Natalia Acosta. Pronto se formó con maestras fundamentales en su carrera como son La Lupi y Mercedes Ruiz. A la vez termina sus estudios superiores de baile flamenco en el Conservatorio Superior de Danza de Málaga en la especialidad de coreografía. Amplía su formación con maestros como Yolanda Heredia, Alfonso Losa, Belén López o David Paniagua, entre otros.

Ha formado parte de compañías como la de Mercedes Ruiz en los espectáculos “Juncá” y “Tauromagia”; en la de Juan de Juan con “Los sones negros”; la compañía de Carlos Saura, con “Flamenco hoy” o la de Rafael Amargo, con “Dionisio. La vid… y mil noches”. También actúa junto a su familia en el espectáculo “Casa Ruibal”.

Actualmente trabaja en diferentes tablaos de Madrid, incluida Las Carboneras. En el 2016 gana el primer premio del IV concurso tablao Villarosa.

 

Entrevista Lucía Ruibal.

«Para mí, el tablao es la recompensa diaria»

 

«Sin duda, lo más destacable en mi formación han sido mis dos maestras fundamentales, que han sido Mercedes Ruiz y La Lupi y de las que me acuerdo siempre que me subo a un escenario porque aprendí muchísimo de las dos.  Fueron épocas preciosas para mí en las que descubrí un montón de sensaciones. Mercedes Ruiz y La Lupi, sin duda.

»Tengo muchas anécdotas y en la mayoría quedo fatal, pero quizás de las que más me acuerde fue una de las primeras veces que iba a bailar. Iba con Mercedes, que acababa de empezar a estudiar con ella y me dijo que me presentara a algún concurso por tener la oportunidad de poder bailar. Me acuerdo de que fuimos a un concurso de un pueblo de la sierra de Granada, que estaba en un lugar que nos costó la misma vida llegar y era una de las primeras veces que bailaba en público. Recuerdo que, cuando iba a bailar, en la primera letra de la seguiriya que iba a hacer, de repente empecé a sentir que se caía el suelo. Con los nervios que tenía, no entendía muy bien qué es lo que estaba pasando. Yo no paraba de mirar para abajo porque sentía que los tablones se estaban cayendo. Perdía el equilibrio y entonces me di cuenta de que me había caído, se me había roto uno de los tacones y estaba en la otra punta del escenario. La primera, en la frente, nada más empezar a bailar. Me las tuve que apañar y no recuerdo muy bien cómo lo solucioné, pero sé que al final terminé el baile. Y cogí mi tacón, muerta de vergüenza, y saludé con él en la manita. Y otra vez de vuelta para El Puerto de Santa María. Esa es una anécdota, entre otras muchas, pero me da vergüenza compartirlas.

»El tablao para mí es el día a día, el esfuerzo diario y, sobre todo, también la recompensa diaria. Creo que es un poco como el aprender que todos los días se empieza desde cero. Me recuerda un poco a levantarte por las mañanas, ahí está el bailaor a diario conociéndose. Y conociendo a los demás. Creo que tienen muchísima autenticidad esos momentos de tablao porque es cuando

uno de verdad está improvisando y no está bajo unas pautas de algo montado, en un espectáculo con una coreografía en el que estamos centrados en contar algo. Sino que en el tablao simplemente estamos transmitiendo lo que nos esta haciendo sentir el guitarrista o el cantaor, así como nuestros propios compañeros. Para mí eso es el tablao.

»Y un antes y un después en mi carrera fue el venirme a Madrid. Porque creo que si no me hubiera venido a Madrid no habría terminado de convertirme en bailaora. Fue en el momento en que me puse a prueba y tuve que descubrir lo que era realmente ser bailaora, estar dentro de la profesión con un montón de compañeros. En fin, sin duda creo que fue eso».