Ana Romero
Nacida en Melbourne, Australia, de padres andaluces, se ha formado en el baile flamenco con profesores como Manolete, “El Güito”, Belén Maya, Manolo Marín, “La China”, Manuel Reyes, Ciro, Paco Fernández, “La Tona”, Milagros Mengíbar, Paco Romero, Rafaela Carrasco, “La Tati”, Manuel Liñán, Marco Flores, Alejandro Granados, Yolanda Heredia, Alfonso Losa o David Paniagua.
Su experiencia profesional comprende una gran dedicación al baile en tablaos como El Flamenco (Japón), Corral de la Morería, Venta del Gato, Café de Chinitas, Las Carboneras (Madrid) o El Carmen (Barcelona). Se trata de una de las mayores especialistas en el baile flamenco de tablao y destaca por su fuerza y técnica depurada.
Ha trabajado en compañías como la de Manuela Vargas, con la que interpretó Fedra en España, Europa y Sudamerica; Luisillo, con la que estuvo de gira por Europa, Asia y Sudamérica; Manolete, con la que participó en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, en el Festival de Flamenco de Holanda, el Festival de Caracalla (Roma) y el Teatro de la Ópera de Roma; “El Güito”, con quien bailó en el Festival de Sinaloa (México), el Festival de Valencia o el de Granada; Paco Peña, con quien asistió al Festival Tall Ships de Liverpool (Inglaterra) y realizó una gira por Australia; Andrés Cubos, con quien actuó en Paseíllo Flamenco-Katak en Madrid y Venecia; Cristina Hoyos, de cuya compañía formó parte durante tres años con el espectáculo Arsa y Toma; Antonio Vargas, cuya compañía flamenca integró y con la que participó en su adaptación de la obra teatral “La casa de Bernarda Alba”; Belén Maya, con quien actuó en el Festival de París, el de Grenoble y la Sala Caracol (Madrid); Alfonso Losa, de cuya compañía formó parte actuando por la Comunidad de Madrid; Joaquín Grilo, en cuya compañía formó parte con actuaciones en el Festival de Jerez o el de Logroño; en Noche Flamenca, formación de la que fue parte durante cuatro años actuando por Estados Unidos, Canadá y Centroamérica; La Shica, cantante a la que acompañó durante tres años como bailaora, corista y palmera; Arrieritos: en la Sala Pradillo (Madrid) estrenó el montaje de flamenco-contemporáneo “En tablao”, que representó además en el Festival de Huesca, el de Puertollano y en la Comunidad de Madrid; también actuó en su premiado espectáculo “13 rosas”, con el que la compañía ganó dos premios Max al mejor espectáculo y a la mejor coreografía en 2007; Compañía de Manuel Liñán, Olga Pericet, Marco Flores y Daniel Doña: actuó en el Festival de Flamenco de Nueva York, en la Sydney Opera House, en una gira por Australia y Asia, en el Festival de Susan Dalai de Tel Aviv, en el Festival de Jerez o en el Teatro de Madrid; Compañía de Manuel Liñán: actuó en el montaje “Mundo y aparte”.
Asimismo, ha participado en otras formaciones con actuaciones en Madrid, Sevilla, el Festival de Alburquerque, en Nueva York, Washington, etc. Con la Compañía de Marco Flores actualmente interviene en “Tránsito” y “De flamencas” con una gira por Europa y Estados Unidos.
Desde 2000 es socia-fundadora y bailaora de Las Carboneras, uno de los más respetados tablaos flamencos de Madrid. Además, ha participado en las películas “El día que nací yo” y “¡Ole!”.
Como profesora de flamenco ha impartido cursillos en Brasil (Sao Paulo); Canadá (Montreal, Toronto); Estados Unidos (Nueva York, San Francisco); Australia (Melbourne, Sidney, Adelaida); España (Madrid, Ciudad Real); Israel (Jerusalén, Tel Aviv) o Italia (Roma, Milán, Nápoles).
Ana Romero: “Veo a los jóvenes con cada vez más preparación”
La bailaora Ana Romero, nacida en Australia de padres andaluces, se subió por primera vez a un escenario con cinco años y, de forma profesional, a los catorce. Luego llegó a España y, entre gira y gira con Manuela Vargas o Cristina Hoyos, entre otros, se fue también haciendo en los tablaos madrileños como la artista de raza que es. Es una de las tres bailaoras fundadoras del Tablao Las Carboneras en Madrid y ve con pasión el progreso de las nuevas generaciones.
—Explícanos cómo ha sido tu trayectoria en el flamenco y cómo fuiste a parar al mundo de los tablaos.
—Yo empecé bailando a los cinco años en Australia en una comunidad española. Mi primera experiencia en tablaos fue a los catorce en Melbourne, donde en ese momento había varios tablaos que funcionaban. Mi profesor me introdujo y empecé a bailar de jueves a domingo. Luego ya vine a vivir a Madrid y al principio tenía mucho miedo, mucho respeto al flamenco, y no me atrevía. Pasó un año y curiosamente mi primera introducción al tablao fue a través de Tacha y de Belén Fernández. De una manera increíble porque no nos conocíamos, pero Tacha y Belén me habían visto en una clase bailar, les gustaba cómo bailaba y las dos fueron súper generosas y me dijeron que por qué no iba a un tablao y hacía una prueba para empezar a trabajar. Realmente empecé porque Belén lo organizó, Tacha se iba, yo hice la prueba y entré. A raíz de ahí trabajé en casi todos los tablaos de Madrid. Fue parte de mi formación y de mi trabajo durante muchos años, a parte de haberme integrado en compañías. Con el tiempo decidimos abrir Las Carboneras. Claro, Tacha es mi mejor amiga y ha sido compañera de tablao durante toda la época.
—Luego, al final, por llamarlo de alguna manera, te has convertido en una especialista de flamenco de tablao.
—Especialista yo no diría. En una curranta. Aparte de que el formato tablao no es fácil porque es el diario y no a todo el mundo le gusta el diario. Bueno, está Ángel Gabarre que es un icono y ese hombre funciona todos los días con la misma intensidad y las mismas ganas y es muy aficionado. Yo entiendo que el diario es realmente lo más difícil. Yo me identifico con ello, lo necesito y es mi forma de trabajar, quizás porque me he criado así y somos animales de costumbres. A mí me encanta trabajar cada día.
—¿Y cuál es la diferencia fundamental que tú encuentras entre bailar cada día en un tablao y otra cosa que tú también has hecho (además, bastante) que es actuar en espectáculos?
—Es que es muy diferente bailar en espectáculos a bailar en un tablao. En un tablao hay una conexión muy directa con el público, se vuelve más íntimo. Personalmente, es eso lo que a mí me atrae. De repente te encuentras con una sala llena y te sorprendes de la atención y la conexión que tienes con la gente. En el tablao se trabaja más el momento, lo que le ocurre a cada uno. Muchas veces no funciona, pero muchísimas sí, y esa es la gratificación. Cuando realmente llegas a esa magia, solo puede ocurrir en ese momento y es irrepetible porque la siguiente vez será de otra manera. Y en el teatro funciona así pero es diferente, se va con un trabajo organizado, das rienda a eso más espontáneo, pero de forma más limitada.
—¿Te gustaría destacar a algunos artistas que te hayan influido particularmente a lo largo de los años que llevas en el flamenco?
—Creo que todo el mundo influye en tu trayectoria y todos pasan por tu vida por algo, yo creo que las cosas no son gratuitas, pero que a mí me hayan llegado de una forma muy particular… Tuve la suerte de trabajar con Manuela Vargas, que tenía una forma muy especial de trabajar. Te estoy hablando de hace muchos años y se trabajaba de otra manera. Era un ser muy especial, la emoción era muy importante dentro del trabajo. La técnica también, pero la emoción era lo que prevalecía en su trabajo. Ha influido en mí muchísima gente y seguramente no me acuerdo de muchos de ellos, pero una gotita sí que se te queda de cada uno. Tengo muchísima admiración por Ángel Gabarre, en particular, porque llevo trabajando con él desde que empezamos en Las Carboneras [año 2000] y los 9 años anteriores en el Alcazaba. Ángel es alguien que me llega de una forma muy directa, muy profunda, su forma de expresión y lo generoso que es. También me gustó un montón trabajar con Cristina Hoyos. Aprendes otro tipo de flamenco, otra manera. No te podría decir una persona en particular, todo el mundo ha aportado algo. Todo el mundo te regala cosas.
—La experiencia del tablao os ha llevado en los últimos años a crear un concurso de baile que os ha dado la oportunidad de saber cómo están las nuevas generaciones. ¿Por dónde crees tú que está yendo el flamenco ahora mismo?
—En el flamenco veo a la gente con muchísimas ganas y muchísima ilusión, con pocas posibilidades de poder exponer. En el tablao, cuando hemos hecho el concurso, me he emocionado un montón. La gente se presenta con mucha ilusión y lo que les falta es experiencia. Desafortunadamente no hay muchas posibilidades. Hace unos 10 años había muchas compañías, tenías posibilidades de hacerte en un formato de compañías, grupos y galas. Todo eso está muy reducido ahora. Ahora veo a gente con mucha ilusión, ganas y mucha más preparación, mucha más cada vez. También tienen acceso a internet, todo está expuesto. Luego es cuestión de que cada uno encuentre su personalidad, que eso se hace con la experiencia. Hay poquitos que están tocados con la vara, gente muy especial, pero los demás, los currantes del flamenco, que somos todos, es una carrera a largo plazo, ir trabajando, creando una personalidad a base de tus vivencias, con lo que te identificas y de lo que sientes.
—Otra cosa que te ha caracterizado a ti es haber trabajado mucho en el extranjero. ¿Crees que el flamenco está valorado fuera?
—Creo que el flamenco en el extranjero está súper valorado, a veces más que aquí mismo. Que hay una afición y un respeto enorme, que la gente apuesta por el flamenco fuera de España. Los límites son infinitos, tenemos que estar muy agradecidos, es gente que viene, emplea su tiempo, sus ilusiones, su dinero aquí en España para poder seguir moviéndolo fuera. El flamenco te mueve o no te mueve, pero no deja a nadie indiferente. Se hace un flamenco maravilloso fuera de España, hay unos festivales súper importantes fuera, que siguen dejándolo a una altura importante para el género.
—Y el público se incrementa, una gran parte del público del tablao es extranjero.
—Sí, la mayor parte del público es extranjero, pero eso no significa nada. Cuando uno hace su trabajo lo hace para uno mismo y para compartirlo con tus compañeros, y eso no significa renunciar a la calidad. La calidad se tiene que exponer para todo el mundo. No creo que los extranjeros sean tontos. Lo mismo que cuando vas a un museo y a lo mejor no entiendes lo que estás viendo, la belleza eres capaz de captarla, la sensibilidad siempre está. Habrá de todo, pero por lo general veo a un público entregado, con muchas ganas de ver y de sentir.
ENTREVISTA ANA ROMERO
Ana Romero, bailaora y cofundadora de Las Carboneras
«Siento muchísimo orgullo por mi casa»
«En Australia tuve varios profesores pero uno de ellos había pasado mucho tiempo en España en una compañía, se llamaba Mario Orbitani. Realmente él causó muchísima influencia en mí porque me enseñó cómo trabajaban las compañías aquí. Éramos cuatro compañeros: guitarristas, cantaores, etc, e hicimos el formato de trabajo de esa época en España: bailabas jotas, clásico-español, había una obra al principio interpretada con el baile. Y la parte fuerte era el flamenco. Mario me enseñó muchísimas cosas del mundo del flamenco, también sobre la disciplina y la amplitud de esa época, en que había que saber un poco de todo. Me metió el gusanillo del tablao porque yo empecé con él y otras profesoras en los tablaos de Melbourne a los 14 años. Ahí yo encontré mi medio, el lugar con el que yo me identificaba y me sentía absolutamente libre. Me marcó tanto y creo que yo también le marqué a él que cuando me vine a España, me dijo: «Si te vas tú yo me vuelvo a Italia». Él cogió su maleta y ahora vive en Pisa con su pareja. Se había acabado una época y nos marchamos los dos, él para allí y yo para aquí. Realmente fue una persona que me marcó muchísimo.
»En el mundo del baile, a mí me gusta pensar que, por mi tipo de personalidad, a mí el tablao me encanta y me siento muy afortunada de poderme empapar de todo el mundo y de toda clase de baile que pasa por el tablao. Para mí eso es la mayor escuela. Y empatizar con esa gente a través del baile y tener, no ojos, lupas. Tú estás bebiendo de distintas fuentes cada día. Y no solo del baile, también del cante y la guitarra. Eso fue muy importante, así como el trabajo que hice con Manuela Vargas en “Fedra”. Manuela me marcó mucho también a nivel profesional, pero también a nivel personal: era una persona muy tierna conmigo. A lo mejor yo era muy pequeña en esa época y es importante cómo lo recibes, ¿no? Pero el trabajo era mágico y la dirección artística y la música de Enrique Morente, así que yo estaba flipada. Hacíamos una versión de Fedra muy moderna, todos vestidos de cuero, Carlos Hipólito salía con una moto en el escenario, fue algo muy diferente para la época.
»También fue importante trabajar en el tablao Alcazaba, donde conocí a Tacha y Manuela Vega, las otras bailaoras cofundadoras de nuestro tablao. Ahí fue donde Tacha y yo hicimos como el matrimonio que tenemos y nos descubrimos y surgió ese algo que tienes muy en común con una persona, no solo en el flamenco, también del mundo del tablao.
«Anécdotas en estos años a habido muchas. Un día en el tablao estaba cantando un cantaor y estaba un primo suyo viendo por ahí y, de repente, vemos que el primo sube al escenario mientras que estamos actuando y le susurra algo al oído al cantaor, el cantaor se baja del escenario y se pira. Luego nos enteramos de que el coche se lo llevaba la grúa y el otro, ni corto ni perezoso, se subió al escenario a decírselo. Y se marchó, en vez de darle las llaves. Luego también hubo una vez una noche muy mágica en la que se fue toda la luz del barrio y para poder hacer la actuación pusimos velas alrededor del escenario. Claro, tuvimos que bailar de otra manera, evitar el vuelo de los vestidos para que no se quemaran. Fue como muy bonito y mágico, algo muy diferente. Al público creo que le llegó un montón. Luego, de un modo particular, siempre me acuerdo de un hombre que parecía como de campo y estaba en primera fila. Estaba viendo el espectáculo y me acuerdo de verle amoratado, llorando. No podía parar. Veía a una y a otra bailar, a cada uno de los que hicimos el cuadro y es que estaba tan tan emocionado que no dejaba de llorar. Él estaba vestido como de campo, era un hombre humilde. Eso me llegó muchísimo. Ha habido muchas anécdotas, cosas muy bonitas que recibes del público. De repente, alguien te deja una nota anónima o un niño te regala un dibujo de lo que ve en ti baiando. Ese tipo de cosas también me mola un montón y tengo muchos recuerdos de ese tipo y la verdad es que los guardo como oro en paño.
»¿Qué ha significado Las Carboneras? Pues ¡madre mía, Las Carboneras! Me emociono. Ha sido un sueño hecho realidad, algo inimaginable para mí, nunca hubiera podido imaginar que iba a tener un sitio tan especial, tan bonito, yo por lo menos lo siento así. Las Carboneras, para mí, es un lugar familiar. Eso me trae mucho orgullo porque todo el mundo lo siente así, como un lugar, para ellos, de su familia. Donde se recoge el arte, pero también el corazón. Por parte de todo el mundo, desde la parte artística, que la llevamos nosotros, hasta las relaciones establecidas con Kike, con los otros camareros que han estado y han ido pasando, con las cocineras… A lo mejor es también nuestra forma de trabajar, pero todas esas cosas me parecen igual de importantes. Y luego, a nivel profesional, hacía más de treinta años que no se abría un tablao en Madrid. La apertura de Las Carboneras fue algo muy marcado y de mucho respeto para nosotros. Desde el principio nos lo curramos un montón, a nivel personal. Todos los socios pintamos la sala, empezamos de cero. Nosotras teníamos que participar llevándonos los manteles y trayéndos al día siguiente lavados y planchados. Un trabajo de familia, lo que te digo. Siento Las Carboneras con mucho orgullo, es algo construido en veinte años. Muy trabajado y, a nivel profesional, creo que creamos una forma de baile y una forma de libertad, también. Es curioso pero yo creo que mucha gente, cuando viene a Las Carboneras, siente esa libertad y siente un apoyo incondicional. Y es algo también muy de nuestro sello. Que nosotros, te hablo de los fijos, Ángel Gabarre, Tacha y yo, sea quien sea, siempre vamos a apoyarle al 200 por cien. Y creo que eso es algo que la gente recibe. Seamos mejores o peores, pero lo hacemos desde el corazón. Eso nos nace. Y pienso que hemos creado un espacio exclusivo y único que tiene su sello, su marca. Donde no solo consume flamenco gente de aquí, tenemos gente de Francia, de México, de muchos lugares, que vienen siempre para ver Las Carboneras, para conocerlo y que son fijos. Yo, la verdad, siento muchísimo orgullo por mi casa. Muchísimo orgullo por todos los socios, por todo lo que hemos trabajado, por todos los trabajadores. Y, a por muchos años más. Ahora, en estos tiempos tan difíciles, pues habrá que luchar otra vez por un nuevo inicio. Estoy dispuesta, estoy dispuesta a eso y a todo».